Hasta la llegada del agua corriente a las casas, la fuente con el lavadero era uno de los lugares más concurridos del pueblo. Aquí se acude a coger agua para el consumo, abrevar las caballerías y lavar la ropa. Las mujeres elaboraban su propio jabón utilizando grasas y aceites sobrantes de la matanza que mezclaban laboriosamente con sisa cáustica en grandes barreños de zinc. Para blanquear la ropa blanca utilizaban ceniza y azulete, que junto con la exposición al sol surtían su efecto.